Los magos de Endapídemar

M ucho tiempo había pasado desde que Hogol llegó al mundo de los humanos. Y muy atrás quedaba en su recuerdo la conversación que tuvo con su amigo el Gran Árbol. El árbol mágico le había prometido que por un día todo este mundo sería como su añorada tierra: la tierra de los Hogol. La condición era que Hogol debería recorrer el mundo tratando de contagiar su espíritu y sus sentimientos a los humanos, de hacer un poco mejor aquel mundo. De hacer que fuera un poco más como el lugar de donde venía.
Con inocencia e ingenuidad recorrió infinidad de caminos, viajando sin cesar y tratando de dejar su huella en el ánimo de aquellos con los que se cruzaba. A veces tocaba la pequeña flauta que siempre llevaba para alegrarles y también para animarse a si mismo durante las largas andaduras por caminos solitarios. Siempre tocaba canciones sencillas y alegres, puede que recuerdos de su infancia. Y cuando conseguía una sonrisa de un desconocido su corazón se llenaba de alegría y aquel día se convertía en una jornada muy especial.
Pero la tarea que le habían encargado era demasiado pesada para él solo y poco a poco fue perdiendo la ilusión y las ganas de continuar. A veces se sentía como una pequeña hormiga que debía llevarse toda la arena de una playa grano a grano. Era mucho, era imposible.
La única cosa que le hacía seguir era la promesa que había hecho. Lo cierto sin embargo es que cada vez se esforzaba menos por cambiar el mundo y esto hacía que las sonrisas que conseguía de la gente cada vez fueran más escasas.
Ya no había vuelto a hablar con el Hermano Árbol, pero aun así el árbol seguía cumpliendo su parte y siempre había un día perfecto cada año.
Esto y su palabra eran los únicos motivos que lo hacían continuar porque había perdido la fe en los humanos y sabía que nunca podría cambiarlos a todos.
Sintió de nuevo aquel miedo de volverse egoísta, de dejar de ser un Hogol, de ser como la gente a quien trataba de cambiar. De modo que siguió recorriendo caminos y visitando pueblos, pero cada vez eran senderos más remotos y aldeas más apartadas. Cada vez buscaba más la soledad y los lugares donde no había nadie alrededor. Curiosamente era en estos sitios tan solitarios, tan rodeados de nada donde se sentía menos solo y más a gusto.
Dejó también de tocar su pequeña flauta. Simplemente caminaba y caminaba entre bosques y montañas, maravillándose de aquellos sitios tan bonitos que los humanos a veces parecían haber dado la espalda.
Un día, caminando por uno de estos bosques solitarios escuchó un pájaro que cantaba. Le llamó la atención su canto porque era muy diferente del de otros pájaros. Se detuvo para poderlo escuchar mejor y entonces se llevó tal impresión que su corazón dio un vuelco. ¡Porque debéis saber que aquel pájaro cantaba una de las canciones de Hogol!
Nunca había escuchado un pájaro cantando una canción y aún menos una de sus modestas canciones.
Se quedó muy quieto escuchando para asegurarse que no se equivocaba y que no eran imaginaciones suyas. Y no lo eran.
El animalito cantó la canción nota por nota, con el mismo ritmo y el mismo tono, casi casi como la tocaba él con su flauta.
Empezó a mirar a su alrededor buscando donde estaba aquel pájaro maravilloso. Le costó un poco encontrarlo porque era muy pequeño. Parecía un gorrión pero tenía la cabeza de color rojo.
A pesar de ser tan pequeño su voz era poderosa y delicada. Se acercó para verlo mejor pero lo hizo tan torpemente que lo asustó y salió volando. El pobre Hogol intentó perseguirlo pero enseguida lo perdió de vista.
Se quedó inmóvil en el bosque intentando entender qué había pasado. Su corazón latía con fuerza y su mente buscaba un sentido a todo aquello. Recordó la canción que había cantado el pájaro. Era una de sus preferidas y hacía mucho que no la tocaba. Entonces inmediatamente buscó su pequeña flauta y trató de tocar la canción... pero no pudo. ¡Hacía tanto tiempo que no la tocaba que se había olvidado! Se pasó el resto del día con la flautita tocando y tocando la canción buscando las notas que faltaban y poco a poco lo fue consiguiendo.
Ya casi lo tenía, tan solo faltaba la última nota. Pero no la encontraba. Probaba y probaba pero la última nota no salía. La tenía en su cabeza, pero por más que lo intentaba nunca salía esa nota de su flauta. Con los dedos así, con los dedos asá, soplando más fuerte, soplando más flojo. No había manera, no fue capaz de tocar la canción entera.
Finalmente se dio por vencido y continuo su marcha. En los días siguientes siempre dedicaba un rato a tocar la canción con la esperanza que al final volviera su memoria y le permitiese tocar la misteriosa última nota.
Y seguro que pensáis que no tuvo suerte, pero tuvo mucha, aunque de una manera distinta de la que os imagináis.
Lo que ocurrió es que se encontró de nuevo con aquel pajarito. ¡Caramba, esto sí que es tener suerte! Esta vez tuvo mucho cuidado y se acercó muy lentamente para no espantarlo.
Puede que el pájaro fuera un poco travieso porque cada vez que Hogol se acercaba a él salía volando hasta otro árbol. Hogol con paciencia volvía a acercarse muy despacio hasta el árbol donde había volado y este, cuando veía que Hogol estaba muy cerca volvía a marchar. Así se pasaron un buen rato hasta que finalmente Hogol vio que el pájaro salía volando de nuevo pero esta vez no fue hacia un árbol sino a un claro del bosque que él no había visto. Lo siguió con la mirada y vio que en el claro había una chica y que el pájaro iba directamente hacia ella. La muchacha alargó una mano y el pajarillo se posó en ella.
Hogol dudó un momento, pero decidió a acercarse a la chica. Era muy bonita, con el pelo largo y oscuro, la piel morena, los ojos muy oscuros también, expresivos y tan llenos de vida que hacían que su sonrisa aun fuera más luminosa. Ella lo miró pero no dijo nada. Finalmente Hogol le preguntó:
- ¿Es tuyo este pájaro?
- Vive con nosotros pero no es mio. Este pájaro es libre (contestó la chica).
- Nosotros?
- Los magos de Endapídemar.
- ¿Magos, tú eres maga?
- Pues sí (sonrió un poco divertida)
- Ah... ¿y el pájaro también es mago?
- No, pero un mago le hizo un encantamiento para poder cantar las melodías más bonitas. ¿Por qué te interesa tanto este pájaro?
- Porque le oí cantar una de mis canciones.
- ¿Eres músico?
- No, no, yo toco por diversión.
- Está muy bien. Yo me llamo Márdelen.
- Ay sí, perdona: ni me he presentado! Me llamo Hogol. Lo siento Márdelen, es que tu... el pájaro me tiene intrigado.
- ¿Porque cantaba una de tus canciones? ¿Te molesta que lo haga?
- Al contrario, me alaga. Lo que pasa es que hace unos días que trato de tocar la misma canción con mi flauta y no puedo.
- ¿No puedes, y por qué no puedes?
- Pues porque he olvidado como tocar la última nota. No se como tocarla con la flauta.
- A lo mejor yo te puedo ayudar, Hogol
- ¿Ah si, y cómo?
- Mi poder mágico más poderoso es hacer recordar cosas olvidadas. Quizás te pueda ayudar a recordar cómo tocar esta nota.
- ¡Caramba! ¿de verdad puedes hacer estas cosas?
- ¡Claro que sí! Si no no sería una maga, sería una mentirosa, ja, ja, ja.
- Lo siento... no quería ofenderte. Es que todo esto resulta un poco extraño.
- No te preocupes Hogol, a ver qué podemos hacer con tu problema. Mírame a los ojos.
Hogol obedeció y la miró tan fijamente como pudo.
La chica también le miraba con intensidad y con una expresión de total concentración.
Pasados unos segundos la chica se relajó y dijo:
- Intenta tocar la canción.
Hogol cogió su pequeña flauta y tocó la canción. Pero cuando llegó al final se quedó parado como siempre.
- No me sale... no consigo tocar el final.
- ¡Qué extraño! ¿No recuerdas como tocar la nota?
- Sí, ahora sí que recuerdo como tocarla. La tengo en mi cabeza y se cómo debo poner los dedos en la flauta, pero cuando toco no sale...
- Vuelve a intentarlo, Hogol.
Lo hizo un par de veces más pero tampoco le salio bien. Márdelen veía como la tristeza se apoderaba poco a poco de la expresión de Hogol.
- No funciona... no la puedo tocar ni con tu ayuda, dijo Hogol con un hilo de voz.
- No te pongas triste Hogol. Mira: si vienes conmigo a Endapídemar seguro que algún mago te podrá ayudar y podrás tocar tu canción.
- ¿Crees que me podrán ayudar?
- Seguro que sí, conocen mucha magia y además son muy alegres, ¡seguro que querrán hacer una fiesta para darte la bienvenida!
Cuando Hogol escuchó lo que le decía Màrdelen se volvió a animar y le respondió:
- Pues vayamos a Endapídemar. A mi también me hará ilusión conocer unos magos tan poderosos.
Por el camino Hogol le habló a Márdelen de su tierra y de quien eran los Hogol. Le contó la promesa que le había hecho al Hermano Árbol. Ella se quedó muy impresionada al saber que existía un árbol sabio y mágico y le dijo que le gustaría mucho poder hablar alguna vez con él.
Y así fue como Márdelen acompañó a Hogol hasta el lugar donde vivían todos los magos, ya os podéis imaginar que no era un lugar cualquiera.
Era un palacio y todo lo que allí había parecía mágico o era mágico de verdad. Habían unos jardines con plantas tan frondosas y de un verde tan brillante que parecían reflejar la luz del Sol aunque estuviera nublado. Y entre las plantas había fuentes de agua azul que según le contaron mantenía alejados a los insectos molestos. Todas las salas eran amplias pero acogedoras y llenas de luz. Parecía que en aquel lugar nunca fuera de noche.
Mientras Márdelen le iba enseñando todas las estancias también le iba presentando a los magos que iban encontrando.
Así conoció a Péidelen, que enseguida decidió que debía celebrarse un gran festín para dar la bienvenida a Hogol. Al ver que marchaba corriendo para prepararlo todo, Hogol puso cara de sorpresa. Márdelen le dijo divertida:
- Ya te he dicho que aunque seamos magos somos gente alegre.
- Ya lo veo ya...
La chica le mostró la biblioteca de hechizos donde había libros muy y muy antiguos. Leyendo uno de estos libros estaba Jármion, que también se alegró mucho de conocer a Hogol. Cuando se enteró del festín enseguida se ofreció para preparar las bebidas.
- Ya veréis ya, os quedareis de piedra, (dijo riendo).
Al salir de la biblioteca y despedirse de Jármion, Márdelen le dijo:
- Ahora vayamos a ver a los príncipes.
- ¡Príncipes! ¿Hay magos príncipes también? (preguntó sorprendido Hogol).
- ¡Son los pequeños! Los llamamos los príncipes porque para nosotros son como pequeños príncipes. ¡Ya verás cuando los conozcas!
No tardó mucho en hacerlo. Enseguida llegaron al patio donde estaban jugando los tres pequeños magos. El menor y quizás por ello el más inquieto era Jósion. Jugaba con una pelota de colores que lanzaba al cielo y con su magia intentaba que flotara. Como aún no dominaba muy bien el hechizo siempre le caía la pelota al suelo. Pero él no se cansaba y volvía a intentarlo una y otra vez.
Después estaba Frándelen, que se divertía dibujando estrellas en el aire, usando tan solo la punta del dedo. Llenaba el cielo de estrellas y cuando ya no cabían más las borraba todas y volvía a empezar.
Finalmente, el tercer príncipe era Míkion. Puede que por ser el mayor le gustaba la magia más seria y práctica, por eso siempre llevaba una capa mágica con la que podía cambiar de vestido instantáneamente y siempre que quisiera.
A pesar de lo pequeños que eran y de que aún estaban aprendiendo la magia pensó que realmente parecían tres príncipes magos.
Mientras lo estaba comentando apareció Máidelen. Cuando la vio Hogol pensó que se parecía mucho a Márdelen. Hasta tenían un nombre muy parecido.
Máidelen le explicó que ella era la encargada de enseñar la magia a los pequeños y a utilizarla de manera correcta.
-Es una gran responsabilidad, le dijo Hogol.
- Sí, pero también es una gran satisfacción, le contestó Máidelen con una sonrisa.
- Bien, ya seguiremos charlando después, ahora vamos a buscar a Pérmion. Adiós Máidelen, ¡adiós pequeños! (dijo Márdelen).
- ¿Quien es Pérmion? preguntó Hogol
- Es el mago de tu pájaro. El más mayor y más sabio. Seguro que él te puede ayudar con tu canción.
- ¿Y donde está ahora?
- Seguro que está en el jardín con los pájaros. ¡Vamos, corre!
Efectivamente estaba en el jardín rodeado de pájaros que cantaban las más bellas canciones.
Una vez hechas las presentaciones Márdelen le preguntó:
- ¿Qué hechizo utilizas para que los pájaros canten estas canciones, gran Pérmion?
- Estos pájaros no están hechizados, contestó Pérmion.
- ¿Ah no? Yo pensaba que sí...
- Pues no, nunca he hecho magia con ellos. Cantan lo que quieren y cuando quieren.
- Vaya, con esto no contaba...
Márdelen se quedó pensativa. Finalmente dijo:
- Vamos Hogol, volvamos a la biblioteca, puede que encontremos la solución en algún libro de hechizos. ¡Adiós Pérmion, nos vemos luego!
La chica salio disparada, Hogol la seguía como podía mientras que Pérmion observaba la escena pensando 'estos jóvenes...'.
Mientras iban corriendo se cruzaron con Ríkion y se pararon para saludarlo.
- ¿A donde vais tan apresurados? preguntó divertido Ríkion.
- Vamos a la biblioteca para intentar solucionar el problema que tiene Hogol con su canción.
- Parece que estamos muy solicitados. Han venido unos aldeanos para que les ayude con una casa que están construyendo.
- ¿Los ayudarás con tu magia? Preguntó Hogol.
- Seguro que sí, (contestó Márdelen antes que Ríkion abriera la boca). Con su magia las casas son más robustas y confortables. Hay gente que viene de muy lejos para pedirle ayuda.
- Chica, ¡lo explicas mejor que yo! rió Ríkion.
- ¡Eh, que a veces yo también te ayudo!
- Es verdad, Márdelen me ha ayudado alguna vez. Ella siempre ayuda en lo que puede. Bien, me marcho que me están esperando. Nos vemos más tarde. Ya me han dicho que Péidelen está preparando una bien gorda.
Hogol y Márdelen siguieron su camino y finalmente llegaron a la biblioteca.
- Bien, hay tantos libros que seguro que alguno tiene la respuesta a nuestro enigma.
Se sentaron en una mesa y empezaron a mirar libros. Márdelen iba pasando las páginas mientras exclamaba 'esto no', 'no sirve', 'no busco esto!'. Cogía un libro y otro y otro más, pero ninguno servía. La biblioteca quedó patas arriba. Miraron todos los libros y nada de nada. Pero Márdelen no se daba por vencida y dijo:
- Seguro que lo hemos pasado por alto. Volvamos a mirar los libros con más atención.
De modo que volvieron a repasar todos los libros más despacio pero por desgracia el resultado fue el mismo.
- Lo siento Hogol, no hay ningún libro que hable de lo que te pasa. Creo que no te podremos ayudar, dijo Márdelen con mucha delicadeza.
Al oír eso Hogol notó un nudo en la garganta. Con mucho esfuerzo respondió:
- Es solo una canción, no te preocupes. Te agradezco todo lo que has hecho por mi. De verdad muchas gracias.
- Yo se que para ti es mucho más que una canción. Por eso lo lamento tanto.
- Puede que tu magia no funcione con los Hogol. Consiguió sonreír tímidamente mientras sentía que su alma se hacía añicos.
- Puede que sí... no estés triste Hogol, estoy segura que algún día volverás a tocar tu canción. Ya lo verás.
- Tienes razón... algún día, seguro que sí, contestó Hogol mientras trataba de disimular una lágrima girando la cabeza.
Entonces Márdelen lo abrazó con mucha ternura y mientras lo hacía le dijo:
- Pobre Hogol, hiciste una promesa demasiado difícil de cumplir.
Se quedaron quietos un instante y sin hablar. Y cuando se separaron la chica tratando de animarlo le dijo:
- ¡Vamos, aun tengo que enseñarte muchas cosas!
Pero el ánimo de Hogol había cambiado completamente y todo lo que le mostraba Márdelen no le provocaba ninguna reacción. Se sentía muy triste y nada de lo que le rodeaba lo sacaba de ese estado de ánimo.
Márdelen insistía en animarlo y tuvo una idea:
- Por qué no te llevas uno de los pájaros que cantan? Seguro que te animarían con sus melodías.
- Muchas gracias, pero mejor que no. Cuando lo escuchase cantando mi canción aun me haría sentir peor.
Márdelen se dio cuenta que tenía razón y que no era buena idea, de modo que no insistió. Siguieron caminando un buen rato en silencio recorriendo todo el palacio hasta que salieron otra vez al jardín. Allí seguía Pérmion con sus pájaros. Cuando Hogol vio los pájaros hizo el gesto de darse la vuelta, pero como Pérmion los había saludado no quiso ser mal educado y siguió adelante.
- Hola chicos, ya volvéis a estar por aquí? Menos mal que ahora venís más tranquilos. ¡Antes, al salir corriendo habéis asustado los pájaros!
- Tienes razón Pérmion, lo siento. Ha sido culpa mía, dijo Márdelen.
- Yo también lo siento mucho señor mago, dijo Hogol.
- Bien, bien, no pasa nada, pero no lo hagáis más. Bueno, ¿y a qué vienen esas caras tan largas?
- No he podido ayudar a Hogol con su canción. No hay manera de hacer que recuerde como tocarla entera.
- Vaya, esto es un problema... sí. Pero si la tocaba hace tiempo seguro que lo podrá volver a hacer. Ya lo verás.
- Supongo que sí, dijo Márdelen, pero yo creía que con nuestra magia podría ayudarlo y no he podido.
- Lo has intentado, Márdelen. Hogol sabe que esto es mucho más de lo han hecho otros.
Para tratar de animar a Hogol y Márdelen se le ocurrió la misma idea que tuvo ella antes, y le dijo:
- Oye Hogol, ¿te gustaría llevarte uno de los pájaros del jardín? Seguro que te animaría y te haría mucha compañía. Hay gente que me ha ofrecido mucho dinero por tratar de convencer alguno de estos pájaros para que fueran a vivir con ellos, pero yo siempre me he negado porque no creo que les gustase estar con estas personas. Pero contigo seguro que estarían encantados. ¿Qué te parece?
- Muchas gracias señor mago... quiero decir señor Pérmion, es muy amable y generoso conmigo, pero no creo que sea una buena idea.
- ¿Y por qué no es una buena idea, Hogol?
- Porque me pondría muy triste escuchar un pájaro que canta mi canción sin siquiera ser mágico ni usar la magia para hacerlo mientras que yo soy incapaz de tocarla con mi flauta.
- Hogol, estos pájaros no son mágicos pero tampoco son animales corrientes. Si cantan así es porque yo les he enseñado.
- ¿Qué quieres decir? (se añadió Márdelen) Si antes has dicho que no tenían ningún hechizo.
- Y es cierto. Yo les he enseñado a cantar así sin magia. Es mi gran afición. Enseño a los pájaros a cantar con el corazón.
- ¿A cantar con el corazón?
- Claro, con sentimiento. Buscando en su corazón el significado de cada nota, porque cada nota evoca un sentimiento.
Cuando Márdelen escuchó estas palabras puso los ojos como platos y su mirada se iluminó. Gritó:
- ¡Claro que sí, hay que cantar con el corazón, con el corazón! ¡Muchas gracias Pérmion, eres fantástico! Le dio un beso enorme a Pérmion, cogió la mano de Hogol y volvió a gritar:
- ¡Vamos Hogol, corre, corre, vamos!
- ¡Ey, no corráis. Ya habéis vuelto a asustar los pájaros otra vez! Esta chica... se quejó Pérmion, pero esta vez sin tanta convicción por el beso que le había dado.
- ¿Qué pasa Márdelen, donde vamos? preguntó Hogol.
- Ven Hogol, corre, corre, decía ella.
Llegaron al final del jardín, una zona sombreada muy tranquila y bonita. La chica finalmente se paró y resoplando por la carrera le dijo a Hogol... - Escucha Hogol, ¿verdad que me has dicho que recordabas como tocar la nota con la flauta?
- Sí...
- Y que tenías la nota en tu cabeza pero que no conseguías tocarla.v - Sí Márdelen, es la verdad. No puedo...
- No puedes porque has de tocar con el corazón, Hogol. No has de buscar la nota en la cabeza, ¡tienes que buscarla en el corazón!
- En el corazón, ¿y eso como se hace?
- Antes sabias hacerlo Hogol. Te salía sin pensarlo pero con el tiempo lo has olvidado y ahora ya no puedes hacerlo. Tenias razón con tus miedos: has intentado cambiar el mundo, pero el mundo te ha cambiado a ti.
- No es un gran consuelo para mi saberlo Márdelen...
- Pero yo ayudo a la gente a recordar lo que han olvidado. Te puedo ayudar Hogol, a que recuerdes como tocar con el corazón.
- Ya lo hemos probado y no funciona.
- No. Hemos probado otra cosa. Confía en mi, ¿de acuerdo?
- De acuerdo.
- Bien, entonces haz como en el bosque. Debes mirarme a los ojos fijamente.
Hogol concentró su mirada en los ojos de ella y Márdelen, igual que la otra vez le miró intensamente y con expresión concentrada. Pasados unos segundos se relajó y dijo:
- ¡Ya está!
- ¿Ya está? Yo no noto nada...
- Toca la canción, vamos.
Hogol no estaba nada convencido. Empezó a tocar la canción y cuando llegó a la última nota... no pasó nada. ¡La nota no sonó!
- Ya te decía que tu magia no funciona con los Hogol...
- No seas tozudo Hogol. Vuelve a intentarlo. Y esta vez intenta tocar con el corazón. Cierra los ojos y trata de recordar lo que sentías cuando tocaste tu canción por primera vez y luego tócala de nuevo.
Hogol hizo lo que le pedían. Cerró los ojos durante un buen rato y sin volverlos a abrir empezó a tocar. Pero esta vez la canción sonaba diferente. Había algo ahora que antes no estaba. Siguió tocando y la canción cada vez sonaba más bonita y emotiva. Finalmente llegó a la última nota, y aquella nota furtiva y misteriosa sonó tan llena de sentimiento que emocionó a los dos.
Entonces Hogol abrió los ojos y miró su flauta como si fuera la primera vez que la veía en toda su vida. Alzó la mirada y se encontró con la de Márdelen. Se quedaron en silencio. Ahora sí, le dijo ella con la mirada. Sí, ahora sí contestó él también con la mirada. Entonces se abrazaron muy fuerte mientras Hogol dejaba brotar sus lágrimas porque esta vez eran de alegría.
- Muchas gracias Márdelen, yo ya había perdido la esperanza.
- Yo casi la pierdo también... pero al final todo ha salido bien. Ahora podrás volver a tocar tu canción siempre que quieras y seguro que podrás seguir cumpliendo tu promesa.
- Es verdad. No sabes lo importante que es lo que has hecho por mi. Pídeme lo que quieras para compensar tu ayuda. ¡Lo que sea!
- No tienes que darme nada Hogol. Lo he hecho de todo corazón y no quiero nada.
- Sí, pero debo darte alguna cosa a cambio. Si no me sentiré mal. Lo que sea, por favor...
- De acuerdo, hay una cosa que desconozco de tu canción. Hace años que la escucho...
- ¿Ya conocías la canción?
- Sí, hace mucho tiempo que la cantan los pájaros de Pérmion y la verdad es que es su preferida. Siempre me he preguntado que título tiene la canción. - La canción nunca ha tenido título... hasta ahora.
- ¿Hasta ahora?
- Nunca había encontrado un buen título. Pero está claro que esta canción debe llamarse Márdelen.
- No me parece una buena idea Hogol, esta canción es tuya y no mía.
- Pero hasta hoy tan solo tocaba una parte de la canción y la parte que me faltaba me la has dado tú. De modo que ahora la canción es de los dos.
- Me parece excesivo Hogol, de verdad no es necesario.
- Me has pedido el título de la canción y es el que te he dicho. Quien me oiga tocarla sabrá que la he hecho yo. Y al saber el título sabrá que si la canción aun existe es gracias a ti. Igual que tú, lo hago de todo corazón.
La chica finalmente accedió y respondió emocionada:
- Muchas gracias. Es un regalo precioso y siempre lo guardaré como un tesoro.
- Lo que tú me has hecho reencontrar lo es aun más. Ojalá nunca lo vuelva a perder.
- Ya verás como no, estoy segura.
Mientras decía esto vio en el cielo unas letras de colores entre las nubes que decían 'a la fiesta, a la fiesta'.
- Me parece que nos esperan para comenzar el banquete y que Frándelen tiene hambre. Vamos, tenemos que contarles a todos lo que ha pasado. Dijo Márdelen.
Cuando se reunieron con los demás y les explicaron que Hogol ya podía tocar la canción se pusieron muy contentos y dijeron que era otro buen motivo para celebrar una gran fiesta. De modo que sin más espera empezó en el patio del palacio el gran banquete que Péidelen había prometido. Verdaderamente extraordinario y delicioso, más allá de lo que os podáis imaginar. Era tan grande el deseo de hacer algo especial que incluso fue motivo de discusión entre Pérmion y Péidelen porque no se ponían de acuerdo en qué hechizo era el más indicado para conseguir los platos más deliciosos. Pero todo esto se olvidó enseguida y una vez en la mesa todo era alegría y buen humor.
Ríkion, siempre tan detallista hizo un hechizo para formar una pequeña nube que tapase el Sol y conseguir una temperatura más agradable para Hogol, que tenía la piel más sensible.
Jármion también cumplió su palabra y ofreció a todos una de sus fantásticas bebidas. Una vez terminadas todas las viandas empezaron a hablar animadamente. Contaban anécdotas simpáticas y cosas divertidas. De magos que viven lejos en casas muy antiguas, de amigos reencontrados y todo tipo de historias.
Hogol escuchaba con atención y reía cuando alguien hacía una broma. Incluso de vez en cuando decía alguna él mismo. A pesar de ser magos poderosos no se sentía intimidado por su presencia. Todo lo contrario, tenía una extraña sensación que solamente había sentido a veces cuando iba a ver el mar, o quizás también en la cima de alguna montaña. En esos momentos era cuando Hogol se sentía como si estuviera en su casa, lejos de allí, en la tierra de los Hogol. Entonces se dio cuenta que en ese momento se sentía igual: era como estar en su mundo. Nunca había conseguido tener esta sensación rodeado de personas y ahora, sentado entre aquellos magos se sentía exactamente así: como en casa.
El tiempo fue pasando de la manera más agradable y cuando la fiesta llegó a su fin Hogol les habló:
- Amigos, debo agradeceros vuestro recibimiento y vuestra amabilidad. Ahora debo marchar porque tengo una promesa que cumplir y gracias a vosotros la podré llevar a cabo. Sois unos magos extraordinarios con una magia que hace cosas extraordinarias. Pero dejadme que os diga que tenéis una magia aún más increíble. Porque todos juntos conseguís que en este lugar no pueda entrar la tristeza ni el miedo. Y no es cosa de hechizos ni de uno o de otro. Lo hacéis entre todos, comenzando por el más pequeño y acabando por el más mayor. Os deseo que nunca perdáis esta magia y la conservéis para siempre porque esta es la magia más hermosa que existe.
Los magos le agradecieron sus palabras y le invitaron a volver siempre que quisiera para comprobar que su magia seguía intacta. Hogol les dio las gracias de nuevo por su hospitalidad y luego se despidió de todos.
Cuando ya oscurecía salió del palacio. Márdelen se ofreció a acompañarlo hasta el bosque donde se conocieron. Cuando llegaron dijo:
- Buen viaje Hogol, y muchas gracias por tu canción.
- Gracias a ti por devolverme tu canción, le contestó con una sonrisa.
Se abrazaron otra vez. Y después de despedirse, Hogol, con el corazón triste por dejar a sus nuevos amigos empezó a caminar hacia la ciudad más próxima. Sabía que tenía que cumplir una promesa que todos estos años había descuidado. Tendría que recuperar el tiempo perdido pero estaba seguro que si alguna vez volvía a dudar podía contar con unos grandes magos. Al pensar en esto de repente se paró y se dio cuenta que por primera vez en todas sus aventuras no era él quien había ayudado al que lo necesitaba sino que era él quien había sido ayudado.
Se giró y vio a lo lejos las luces del palacio de Endapídemar. Saludó con una mano, sonrió, cogió la flauta, se volvió de nuevo y siguió su camino tocando la canción con todo su corazón.

Autor : Joan Moret
Ilustración : Teo Perea

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