El señor de las letras en la arena

C uenta una leyenda que en la tierra de los Hogol, en el principio de su historia vivió un joven llamado Guímeran al que todos llamarían después el Señor de las letras en la arena.
Guímeran vivía en una pequeña aldea cerca del mar donde a menudo acudía para pasear por las largas y solitarias playas mientras meditaba acerca de mil cosas a la vez. Todos sabían que Guímeran era una persona con una intuición increíble y una fantasía desbordante. Era también una persona alegre y agradable por lo cual era apreciado por todos los que le conocían.
En aquella época un grupo de sabios ancianos se reunió en aquellas tierras pues querían crear algún tipo de escritura para evitar que todas las cosas importantes que sucedieran cayeran en el olvido. En realidad ya existía, pero era demasiado compleja y variaba según la zona geográfica por lo cual no era comprensible para todo el mundo. Aquellos sabios intentaban crear algo más sencillo y que todos pudieran aprender y comprender fácilmente.
Guímeran vivía ajeno a todo ello, pues esos asuntos no le parecían demasiado interesantes para él, aunque ciertamente se creó mucha expectación en la aldea debido a la llegada de los nobles sabios y sus acompañantes.
La noche de su llegada se celebró una gran fiesta para dar la bienvenida a todos los recién llegados y fue allí donde Guímeran conoció a dos jóvenes y bellas muchachas: Élian y Lálian, hijas de dos de los sabios que habían acudido. Cuando Guímeran las vio inmediatamente se quedó impresionado por los bellos ojos de Élian: claros y llenos de luz, y por precioso pelo de Lálian. : oscuro y misterioso.
Pero su carácter tímido y retraído le hizo sentirse un tanto incómodo ante ellas pues pensó que alguien como él no podría interesarles, por lo que procuró no extender demasiado la conversación Esa misma noche, cuando la fiesta terminó y ya muchos se retiraban a sus casas a descansar alguien le avisó que los sabios querían hablar con él. Cuando acudió a su encuentro le explicaron que habían oído hablar de su ingenio y que estarían muy agradecidos si pudiera ayudarles en su búsqueda de una escritura sencilla para todos los Hogol. Guímeran aceptó, advirtiendoles sin embargo que no era persona de muchos conocimientos y que dudaba que pudiera serles de utilidad. A pesar de sus palabras los sabios continuaron reclamando su ayuda convencidos de que Guímeran podría ayudarles mucho de modo que finalmente accedió.
Y así fue que sin tener ideas ni nociones se vio envuelto en medio de toda aquella locura de la escritura. Los sabios le contaron que todos los nombres que pronunciábamos se formaban a partir de sonidos simples y sencillos y que al unirlos y hacerlos sonar formaban las palabras.
De modo que Guímeran pensó que lo único que había que hacer era dar un signo a cada sonido de manera que al escribir un signo tras de otro pudieran formarse todas las palabras y todos los nombres. El problema era encontrar unos signos que todo el mundo comprendiera y aprendiera rápidamente.
Guímeran pensaba y pensaba pero no podía encontrar algo que fuera intuitivo para todo el mundo. Él quería encontrar algo que fuera universal, que todo el mundo pudiera comprender con apenas mirarlo, pero no conseguía dar con ello.
Entonces, un día mientras paseaba por la playa, el joven hogol se encontró con un chiquillo que jugaba en la arena de la playa. Al acercarse a él vio que el niño había dibujado un círculo en la arena.
- ¿Que es eso que has dibujado? (le preguntó Guímeran)
- Es el Sol (le respondió el niño)
- ¿Eso es el Sol?
- ¡Claro! ¿No ves que es redondo?
Guímeran observó el círculo en la arena y luego levantó la vista hacia el Sol y entonces sonrió para sí mismo y gritó: '¡Claro que sí, es redondo!, ¡Es redondo!'
Volvió corriendo a la aldea mientras el niño lo miraba alejarse sin comprender nada de lo que había pasado.
Guímeran había tenido una idea y ese niño le había ayudado a encontrarla. La idea era que cada sonido tuviera como símbolo alguna cosa cuyo nombre empezara por ese sonido. Así por ejemplo, un círculo seria el símbolo para el primer sonido de la palabra Sol y siempre que se utilizase ese sonido se utilizaría un círculo. Luego pensó que otro signo sería una línea vertical con un circulo sobre él. Cuando alguien viera ese signo enseguida pensaría en un árbol y sabría que el sonido que representa es el primero de la palabra árbol.
Poco a poco fue buscando signos para todos los sonidos siguiendo la misma idea. Para la R por ejemplo dibujó una línea sinuosa que recordaba un río. Para la N dibujó una luna menguante que recordaría a la noche...
Cuando terminó de pensar todos los signos corrió al encuentro de los sabios para contarles lo que había ideado. Al verlo se sintieron impresionados y maravillados por la sencillez y facilidad del método pues incluso ellos en pocos momentos eran capaces de leer las palabras que Guímeran les iba escribiendo utilizando sus signos.
Todos decidieron unánimemente que aquel sería el modo de escritura que todos los hogol utilizarían desde ese momento.
Una gran fiesta se celebró en la aldea pues después de mucho tiempo y de búsquedas infructuosas, se había encontrado finalmente lo que todos buscaban.
En ese momento fue cuando uno de los sabios del consejo reclamó silencio, pues algo importante deseaba anunciar.
- Amigos: gracias a este joven tenemos la certeza de que nuestros hijos conocerán la historia de sus padres y que podrán escribir la suya propia para que sus propios hijos puedan leerla y contarla a los hijos de sus hijos. Hoy es un gran día para todos los Hogol, pero pensad que somos un pueblo joven aun y el mundo tiene muchas más maravillas de las que nosotros sabemos nombrar. Muchas cosas hay en este mundo que aun no tienen nombre y ahora que sabemos como preservarlas en el tiempo, necesario es que busquemos un nombre para cada cosa que conozcamos. Y como Guímeran ha sido el que nos ha dado el modo de escribir esos nombres, justo es que sea el que de nombre a todas las cosas.
- Siiiiiii, bravo, bravo!!! Guímeran pondrá nombre a todas las cosas!! (gritaron todos)
- Sea pues, sabed que todos vosotros podéis hablar con Guímeran para pedirle un nombre para las cosas que conozcáis y que aun no tengan nombre.
- Vivaaaaa, Guímeran! Guímeran!!
El pobre Guímeran se encontró en medio de esa multitud que le aclamaba sin saber muy bien que hacer ni que decir. Sonrió tímidamente y saludó a todos los que le aclamaban, y en cuanto pudo intentó salir de allí para poder estar tranquilo.
Guímeran se sentía muy nervioso pues aquello era una responsabilidad muy grande para él. Dar nombre a todas las cosas era una tarea enorme y además tendría que escoger nombres apropiados para cada cosa. ¿Y si luego los nombres no gustaban o la gente no los podía recordar? Guímeran se sentía muy preocupado pero pensó que de un modo u otro tendría que hacerlo. Al día siguiente la gente empezó a pedirle nombres para las cosas:
- Guímeran, pon un nombre para esa flor!
- Guímeran, como llamarás ese pájaro?
- ¿Cómo se llama esta piedra?
Pobre Guímeran... todos le perseguían.
Salió del pueblo corriendo y fue hasta la playa donde sabía que estaría tranquilo.
Allí se encontró de nuevo al niño que con sus círculos en la arena le dio la idea para sus signos. Al verlo pensó que en realidad el mérito era del niño por lo que sintió que estaba en deuda con él.
- Hola (le saludo Guímeran). ¿Aun sigues dibujando en la arena?
- Si, siempre vengo aquí a dibujar. Me gusta mucho. ¿A ti no?
- Bueno... sí que me gusta, ¿pero sabes? Ahora tengo mucho trabajo porque tengo que dar un nombre a todas las cosas que me pidan.
- Ya lo sé, mi padre me lo ha contado
- ¿Y tú no quieres que le ponga nombre a algo?
- A mí me gustaría saber cual es el nombre del color del cielo cuando sale el Sol y el nombre del color del cielo cuando se marcha.
- Vaya... eso son cosas muy bonitas. Tendré que buscar un nombre muy bonito para eso, ¿no crees?
- ¡Claro! A mí me gusta mucho mirar el Sol, y la luz que hay cuando está en el cielo. Y la oscuridad cuando se va es muy bonita también.
- Es cierto: son cosas muy bonitas estas que me has dicho. Te prometo que antes que cualquier otra cosa le daré nombres a lo que me has pedido y trataré que sean tan hermosos como pueda pensar, ¿de acuerdo?
- ¿En serio lo harás?
- ¡Claro que si, cuenta conmigo!
- ¡Caramba! ¡Muchas gracias!
- Gracias a ti por darme la idea, pequeño.
Y en esta ocasión fue el chiquillo que salió corriendo hacia la aldea, dando brincos de alegría para contarle a todos lo que Guímeran iba a hacer por él.
Guímeran se quedó solo por un momento y vio a dos personas que paseaban por la playa y que lentamente se acercaban. Al llegar hasta él se detuvieron y le saludaron.
. Hola Guímeran, ¿cómo estas? ¡Felicidades! ¡Eres muy importante ahora!
. Hola... ¿os conozco?
- Claro que sí, yo soy Élian y ella es Lálian. ¿No te acuerdas de nosotras?
- Pues no...
- Hablamos contigo el día de la fiesta de bienvenida, ¿no lo recuerdas?
- Lo siento pero no lo recuerdo...
Las chicas al oír sus palabras se sintieron algo decepcionadas y Guímeran se sintió muy avergonzado por no poder recordarlas en su memoria. No quería que pensaran que su olvido era motivado por la falta de interés en ellas pero no sabía como evitar que creyeran eso de él.
Guímeran trató de hacer trabajar su mente desesperadamente, intentando encontrar esas dos chicas en su propio pasado, pero por mas que trataba no conseguía hallarlas.
Fue en ese momento que volvió a mirar sus rostros y al ver los ojos de Élian y los cabellos de Lálian supo de repente quienes eran.
- ¡Ya sé quienes sois! (exclamó)
- ¿Y quienes somos? (preguntaron ellas)
- Tú eres la chica de los ojos claros y hermosos y tú eres la chica del cabello negro y bello que conocí hace unos días.
Las chicas al oír su contestación rieron tímidamente y pusieron una mirada entre avergonzadas y felices.
- Os pido que me perdonéis por no recordaros. La verdad es que no sirvo para recordar a la gente pero al ver esos ojos y esos cabellos recordé quien erais.
- Es curioso que la persona que tiene que poner el nombre a todas las cosas sea tan despistado y se olvide de los nombres de la gente que conoce.
- Sí... tenéis razón. Espero que me perdonéis, no quise ofenderos.
- No te preocupes, Guímeran: lo que nos has dicho ha sido muy bonito.
- Veréis, creo que sé un modo de evitar que vuelva a olvidar vuestros nombres.
- ¿Y cual es ese modo?
- Hace un momento, un niño me pidió que diera un nombre al color del cielo cuando el Sol llega, y que diera un nombré también al color del cielo cuando el Sol se ha ido. Y ahora que miro tus ojos Élian, veo que son del mismo color que el cielo de una mañana clara y que son luminosos como el Sol al alzarse del mar. Y cuando veo tus cabellos Lálian, veo que son largos como la sombra del atardecer y oscuros y misteriosos como el cielo cuando el Sol se hunde de nuevo en el mar. De modo que he decidido que la luz del cielo en la mañana se llame Élian y la luz del cielo en el crepúsculo se llame Lálian.
En ese momento se agachó y utilizando las letras que él había ideado escribió los nombres de las muchachas en la arena, mientras ellas le observaban atentamente y llenas de sorpresa y curiosidad. - Y así no solo recordaré siempre vuestros nombres sino que todos los Hogol que viven y vivan en el futuro los conocerán también y al mirar al cielo sabrán de vuestra belleza.
- No pensamos que nos merezcamos semejante honor, Guímeran.
- Yo creo que vuestros nombres son tan bonitos como vosotras y como lo que van a representar a partir de ahora, así que no pienso cambiarlo.
Las dos muchachas le abrazaron con mucho cariño y ternura y después de besarlo dulcemente se alejaron corriendo hacía la aldea para contar a todos lo que Guímeran acababa de hacer.
Y así fue como aquel joven hogol con su ingenio consiguió dar a su pueblo un regalo magnífico. Y con su corazón logró dar un regalo aun más grande a aquellas dos muchachas, pues tal como les dijo él desde aquel día todo el mundo cuando ve una preciosa mañana exclama el nombre de Élian y cuando por la noche levantan la mirada para contemplar el hermoso cielo negro exclaman el nombre de Lálian.
Y así será hasta que el último de los Hogol desaparezca de esta tierra.

Autor : Joan Moret
Ilustración : Bernat Muntés

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