El cuento de Simaior, el herrero

E sta es la pequeña historia de un Hogol llamado Simaior que como podéis imaginar, vivió hace ya mucho tiempo en una pequeña aldea al pie de las grandes montañas de Hogoland.
Simaior era uno de los mejores herreros de la comarca y su trabajo era muy valorado por todos. A menudo incluso venía gente de otras comarcas vecinas, atraídos por la fama de su buen hacer. Él se sentía feliz haciendo su trabajo y la satisfacción de sus clientes siempre le hacia sentir aun mejor. Era una persona sencilla y amable. Alegre y bondadoso, era en definitiva un Hogol.
Cuando terminaba su jornada y cerraba su herrería, a menudo solía dar paseos por las montañas cercanas al pueblo. A veces, cuando no estaba muy cansado y disponía del tiempo suficiente, subía hasta la cima de alguna de ellas para contemplar la puesta de sol. Siempre se sentía maravillado ante la visión del Sol escondiéndose tras las montañas que rodean la aldea. El cielo se volvía rojizo y teñía el paisaje de un tono anaranjado. En invierno, cuando las cimas mas altas estaban nevadas, el cobrizo de la luz se hacia aun más intenso, tanto que incluso hacía olvidar a Simaior el viento helado que azotaba su rostro y que provocaba lagrimas en sus ojos. Mientras descendía de nuevo hacia el calor de su hogar, muchas veces se preguntaba si las lagrimas eran en realidad por el frío o quizás por la belleza de lo que había presenciado.
La vida de Simaior no variaba mucho de un día para otro, siempre transcurría plácida y tranquila, aunque la ilusión por su trabajo y la alegría de vivir le impedían caer en la rutina o la monotonía.
Pero un día algo terrible sucedió en la herrería, que cambió la vida de Simaior para siempre. Estaba terminando el último encargo del día cuando, al avivar el fuego de la fragua unas brasas saltaron por los aires con tan mala fortuna que cayeron sobre sus ojos, quemándoselos.
Simaior perdió prácticamente toda la visión. Uno de sus ojos había quedado ciego por completo. Con el otro podía ver con mucha dificultad, pues se había tornado opaco. Esto hacía que todo lo que veía estuviera entre brumas. Necesitaba mucha claridad o de lo contrario apenas podía llegar a distinguir sombras y siluetas.
Este desgraciado suceso hizo que su carácter cambiara por completo y se volviera una persona solitaria y huidiza. Tuvo que dejar su trabajo y la ilusión de vivir un día más poco a poco se fue ahogando en su propia tristeza. La gente del pueblo le ayudaba en lo que podía y trataba de animarle, pero él poco a poco se iba distanciando de todos. Se daba cuenta que algo había muerto en su interior. Ya no era la vista, era mucho más. Aquella chispa, aquella ilusión que le hacia sonreír cada día al despertar, había desaparecido, y eso era lo que más le dolía a Simaior.
Su carácter, ahora solitario le hacía salir del pueblo para poder pasar el día solo y sin que le molestara nadie. Un día, recordando los atardeceres en lo alto de las montañas sintió deseos de subir de nuevo para contemplar una vez más, la marcha tras las montañas de Lenimar, el gran mago de los cielos, que transformado en un gran disco de fuego iluminaba todos los días del mundo. Y así fue como Simaior empezó una vez más la subida por la ladera de una de las montañas que nacían junto a los bosques de la aldea. Con la fuerte luz del día, Simaior podía seguir el sendero sin muchos problemas y no le costó mucho trabajo llegar hasta la cima. Sin embargo se llevó una gran decepción al darse cuenta que, nunca más vería los atardeceres como él los recordaba. Se quedó durante un buen rato quieto en lo alto de la montaña, con la mente en blanco, sintiéndose más vacío que nunca. Finalmente salió de su apatía y se dio cuenta que estaba oscureciendo y que lentamente, su vista se iba limitando.
Empezó el camino de regreso pero pronto se dio cuenta que no sería capaz de llegar a casa porque, aunque aun había claridad, no era suficiente para su limitada visión. Desesperado, aceleró el paso hasta terminar corriendo montaña abajo. Pero cuando se dio cuenta de su imprudencia disminuyó de nuevo su paso hasta detenerse completamente.
Las tinieblas habían ocupado su vista por completo y lo único que podía hacer era pedir auxilio, esperando que alguien pudiera oírle y venir a ayudarle. Sin embargo, por más que gritaba nadie le respondía.
Se había alejado tanto de la aldea que era imposible que alguien pudiera oírle. Ya se había resignado a tener que pasar la noche con las estrellas como techo cuando oyó una débil voz que le llamaba.
- Hola, hay alguien ahí?
- Por Favor, por favor, ayúdeme!
- Se encuentra bien? No se mueva de donde está!
- Por favor, estoy ciego y no puedo seguir mi camino.
- No se preocupe, enseguida estoy con usted. Mantenga la calma.
Efectivamente, a los pocos momentos la voz que había escuchado se encontraba muy cerca de él.
- Me llamo Grum. Estaba recogiendo unas hierbas más abajo cuando le oí gritar. Se encuentra herido?
- Tengo bastante frío pero estoy bien, gracias. Volvía a casa cuando la oscuridad me cegó por completo y me impidió seguir mi camino. Por un accidente que tuve apenas puedo ver, tan solo si hay abundante luz.
- Bien, no se preocupe yo le ayudaré. Estamos muy lejos aun del valle para volver con el frío que hace. Creo que lo mejor sería buscar refugio en algún escondrijo para pasar la noche allí y mañana con la luz del día volver a casa.
- Creo que es una buena idea, le agradezco mucho su ayuda, Grum. Mi nombre es Simaior.
Simaior sintió que una mano tomaba la suya con delicadeza al tiempo que oyó la voz de Grum que le decia: 'Pon tu mano sobre mi hombro para que te pueda guiar. Me parece que en esta situación nos podemos tutear'.
El tono cálido y sosegado de la voz de Grum le hizo calmarse y relajarse. Puso su mano en el hombro de su salvador y comenzaron la marcha. Simaior se sentía un tanto ridículo y avergonzado en aquella situación. Por una parte por su imprudencia al querer subir a la cima, y por otro al darse cuenta que, en la oscuridad se convertía en una persona indefensa que dependía totalmente de los demás.
- Es por culpa de mi mala vista que me ha ocurrido todo esto. Desde que tuve el accidente cada día es como una tortura para mí.
- Pero me has dicho que puedes ver, no eres ciego del todo.
- Es verdad, con uno de mis ojos aun puedo ver algo, pero es como si siempre hubieran brumas frente a mí.
- Que es lo que te pasó?
- Era herrero en mi aldea y un día unas brasas saltaron de la fragua y me quemaron los ojos. Y desde ese día me convertí en el inútil que te está siguiendo.
- Bueno, pero cuando hay claridad aun puedes ver. Podría haber sido aun peor.
- Si claro, pero veo las cosas tan borrosas... Sabes? Antes siempre subía a la cima de alguno de estos montes para ver el atardecer. La vista es preciosa, siempre me quedaba maravillado contemplando como se escondía Lenimar tras las montañas. En cambio hoy cuando subí tan solo vi un disco rojizo que se adivinaba tras una espesa niebla. Ya nunca podré volver a ver un atardecer como los que recuerdo.
Grum notó la tristeza con que Simaior hablaba de su vista y trató de cambiar de conversación.
- Vamos a pasar la noche en una cueva que está no muy lejos de aquí. No será muy cómoda pero nos dará cobijo. Tengo algunas mantas y cosas guardadas ahí, por si acaso. Y bueno, creo que nos va a venir muy bien.
Simaior no respondió. Al mencionar otra vez el atardecer se había puesto muy triste, de modo que siguió caminando en silencio.
Al cabo de un rato Grum se detuvo y le preguntó a Simaior
- Tienes sed, Simaior? Estamos junto a un arroyo.
- Si... la verdad es que estoy sediento.
- No llevo cantimplora así que tendremos que beber directamente del arroyo. Yo te ayudaré, no te preocupes.
Efectivamente, Grum era una persona con mucha pericia y Simaior no tuvo problemas para
beber, a pesar de su ceguera.
- Hmmm , frambuesas!! (dijo Grum). Te apetecen? Creo que me voy a zampar unas cuantas!!
Recogió unas pocas y se las dio a Simaior, el cual las comió con agrado.
- Estamos cerca de la cueva. Ya va siendo hora de acostarse. Vamos Simaior (dijo alegremente Grum). Simaior volvió a poner su mano en el hombro de su lazarillo y siguieron la marcha.
Al poco tiempo se desviaron del sendero para llegar a la cueva. Entraron en ella y Grum instaló a Simaior de la manera más confortable que pudo. Le tapó con las mantas que había recogido y le dijo: 'Bueno, creo que ya tuvimos bastantes emociones por hoy. Vamos a dormir y mañana será otro día'.
- Si, creo que será lo mejor. Muchas gracias por ayudarme, Grum. Lamento haberte ocasionado tantas molestias. Debes pensar que soy un pobre inutil que no hace mas que estorbar.
- No digas eso Simaior. Tu no eres un inutil ni un estorbo. Necesitabas ayuda y nada más. Anda, intenta dormir y descansar.
- Me escuece mucho el ojo... quizás sea por el frío. No se... pero me molesta mucho.
- Vamos a ver... creo que tengo aquí algo que te puede aliviar.
Grum rebuscó en su zurrón y saco una bolsita de cuero con una especie de pomada dentro. Tomó un poco de ella y la extendió sobre un trozo de tela como si fuera una compresa. Luego la puso sobre el rostro de Simaior, el cual enseguida sintió un tibio calor que le mitigó sus molestias.
- Caramba, qué es esto que me has puesto? Me ha aliviado mucho!!
- Es un remedio que me enseñaron hace ya mucho. Te hará bien. Ahora trata de dormir.
Simaior volvió a disculparse por las molestias y finalmente se tapó con su manta y se durmió.
Pasó una noche muy inquieta y se despertó varias veces aunque el cansancio le vencía de nuevo rápidamente, haciendo que se volviera a dormir.
Finalmente, cuando llegó el nuevo día y el sol ya estaba alto en el cielo, Grum le despertó.
- Animo amigo mío, hace un bonito día y el sol luce con fuerza.
Simaior abrió los ojos pero siguió viendo la más absoluta oscuridad frente a él. Grum tomó su mano y le acompañó fuera de la cueva, donde efectivamente la luz era muy intensa.
Esa fue la primera vez que pudo ver a su salvador y no pudo reprimir el impulso de abrazarle con fuerza.
- No se que me hubiera pasado si no me hubieras encontrado.
- El caso es que te encontré (dijo alegremente). Así que todo ha salido bien. Ahora puedes seguir tu camino tu solo.
- Si, es verdad. Con esta claridad no tendré problemas para llegar a casa. Muchas gracias Grum.
Simaior alargó su mano para dársela a su amigo, pero Grum no se movió. Volvió a hacer el gesto para que su amigo le diera la mano pero sucedió lo mismo. Se quedó un instante con la mano tendida sin entender lo que sucedía. Entonces, subió su mano hasta la frente de Grum y la agitó. Grum ni se inmutó.
- Pero... pero... estas ciego!! (exclamó sorprendido Simaior).
- Has descubierto mi secreto (contestó alegremente Grum).
- No es posible! Tú me fuiste a buscar. Me llevaste a la cueva...
- Estabas en medio del sendero, fue muy fácil dar contigo.
- Y el arroyo... las frambuesas
- Ya te dije que conozco esta zona (explicaba Grum) La tengo memorizada en mi cabeza. Con un poco de práctica es fácil seguir el sendero si estás atento a tus pasos. Mientras pises la fina grava del camino todo va bien. Si te desvías, terminas pisando la hierba de los márgenes. El arroyo es fácil de localizar por el murmullo del agua. Y las frambuesas maduras hacen un olor muy agradable y reconocible. Ya lo ves, es cuestión de práctica
- Hace un momento que dijiste que hacía un bonito día... Como sabes que hace un bonito día si no puedes ver?
- No puedo ver el sol, pero puedo sentir su calor. Soy ciego, pero aun me queda el resto de los sentidos intactos.
Simaior no podía salir de su asombro. Una persona ciega le había rescatado a él, que aunque muy poco, aún tenía algo de visión. Cuando se dio cuenta de este detalle se sintió muy avergonzado. Se pasó toda la noche compadeciéndose y lamentándose de su desgracia delante de su amigo, sin saber que él en realidad se encontraba mucho peor que él.
- Yo... no se que decir. No sabía que estabas ciego y todo el rato estaba quejándome de mi mala vista...
- A menudo no sabemos valorar lo que tenemos hasta que lo hemos perdido. Pero lo peor es que cuando eso nos pasa, entonces damos más valor a aquello que hemos perdido, que a lo que todavía conservamos. Y eso nos hace sentir infelices. Tu te lamentas de tener una vista muy maltrecha en vez de alegrarte de no haberla perdido del todo. Piensa que dentro de tu desgracia aun tuviste suerte. Si anhelas algo para ser feliz puede ser que en realidad se vuelva en tu contra. La verdadera felicidad está en disfrutar lo que se tiene en vez de desear lo que no se tiene. - Tienes razón, Grum. Supongo que me he comportado como un tonto. Creo que tendré que darte las gracias doblemente.
- Bueno, me conformo con que me devuelvas la manta. Aun la llevas puesta (sonrió Grum).
- Y como sabes que la llevo puesta?
- Pues porque esta manta es de un tejido que pica, ya sabes... y cuando me has abrazado he sentido ese característico picor. Por eso la tengo aquí en la cueva, castigada!! Ja, ja, ja.
- Ja, ja, ja. Eres genial Grum!!
- Espera, me olvidaba de la pomada! Llévatela y póntela cada pocos días. Verás como las molestias en el ojo te desaparecen. Incluso es posible que te ayuden a mejorar un poco la vista.
- Es posible, en serio?
- No lo se... por lo que me contaste anoche creo que la herida del ojo que aun puede ver es superficial y quizás esta pomada te ayude a curar el ojo y lo haga menos opaco. Este remedio me lo enseñó un anciano herbolario hace ya tiempo, cuando me quedé ciego yo. Aunque yo no tuve la suerte que tú. Era leñador y cierta vez, al cortar un árbol saltaron unas astillas que se clavaron en mi rostro. Mis heridas son internas y por eso ya no puedo ver nada. Quizás tú tengas más suerte. Ojalá que así sea!!
- Muchas gracias!!! De veras, gracias (contestó Simaior totalmente emocionado y con lágrimas en los ojos).
- Anda, vete ya o se te hará de noche otra vez y tendré que rescatarte de nuevo!
- Gracias de nuevo Grum. Gracias por todo!!
Simaior abrazó de nuevo a Grum, aun con más fuerza que la primera vez y marchó de regreso a casa.
Los días pasaron, y Simaior se fue aplicando la medicina que su amigo le había dado. Al cabo de unas semanas, se dio cuenta que su vista mejoraba sensiblemente. Al principio de manera muy sutil; luego de modo más evidente. El remedio de Grum funcionaba y el ojo maltrecho de Simaior lentamente perdía su tono opaco y se volvía transparente de nuevo. Y aunque no recobró toda la vista, lo cierto es que mejoró mucho. Lo bastante para que Simaior pudiera volver a trabajar en su herrería, que es lo que más le gustaba hacer.
Y así fue como el herrero más famoso de la comarca volvió a ser feliz de nuevo y recobró la ilusión de vivir todos los días del mundo.
A menudo trató de encontrar a Grum, el leñador ciego que le había devuelto la vista. Pero nunca lo volvió a ver. Un día, volvió a la cueva donde habían pasado la noche y cambió la manta tosca y picante por una suave y de tacto agradable que compró para él. 'Seguro que le hará sonreír', pensó Simaior. Luego siguió el sendero montaña arriba para volver a divisar el atardecer. No había vuelto a subir desde aquella vez, y aunque ciertamente su vista había mejorado mucho, lo que vio no era tan hermoso como otros atardeceres que recordaba. Simaior sonrió y pensó para si mismo que era muy afortunado de volver a ver un atardecer cobrizo en vez de un disco envuelto en brumas.
Se quedó contemplando la vista durante un buen rato y después emprendió el camino a casa.
Mientras descendía por el camino se dio cuenta que habían lagrimas en sus ojos. Y entonces, por primera vez, tuvo la certeza de que no eran por causa del frío.

Autor : Joan Moret
Ilustración : Teo Perea

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